SOBRE CULOS, SEXISMO Y NICKI MINAJ

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El 19 de octubre S Moda publicó un artículo por Lucy Foster titulado “Las divas del pop enseñan trasero ¿exhibicionismo o sexismo?”. Aunque el título de por si ya me chirriaba un poco, ya que reduce este fenómeno a dos únicas posibilidades, decidí leer el artículo entero. Cuando lo terminé, lo primero que pensé fue que la autora había pasado por alto algunos detalles que podían ampliar su punto de vista.
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Estamos en la era de los panderos potentes, del twerking, y del belfie. No hay más que navegar por la red, hacer zapping o abrir una revista: los glúteos de Beyoncé, JLo, Iggy Azalea, Kim Kardashian o Nicki Minaj están por todas partes; de lejos, de cerca, en pompa, meneándose a cámara lenta… Y, con su incesante movimiento de nalgas, entramos otra vez en el eterno debate: ¿son el desnudo y la sexualización del cuerpo femenino, necesariamente, una forma de cosificación y sumisión? Lucy Foster responde a esta pregunta con un contundente sí. Sin embargo, sus argumentos no acaban de convencerme.

bey Que ciertas mujeres se están quitando ropa para crear expectación y aumentar el numero de ventas es un hecho incuestionable: en el 90 % de los videoclips las mujeres aparecen meneando el trasero sin pantalones. Foster denuncia esta realidad e insiste en que es posible “ganar sin tener que mostrar”. En mi opinión, el problema surge cuando la autora propone a Taylor Swift o a Adele como ejemplo de chicas que venden sin necesidad de bailar en bragas. Aunque es cierto que estas dos artistas se han ganado su popularidad sin tener que enseñar el ombligo, creo que no son los ejemplos más apropiados si lo que se pretende es plantear cuestiones sobre el sexismo. En primer lugar, porque Taylor Swift es un producto perfectamente diseñado para reproducir el estereotipo barato de chica rubia, dulce e ingenua que espera la llamada de aquel chico perfecto imposible de alcanzar. Un modelo algo rancio y unidimensional que parece alimentar las convenciones de género que nos han estado vendiendo las películas de Disney durante toda la vida.

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Y, en segundo lugar, porque Adele, pese a tener un vozarrón tremendo, no tiene el cuerpo que a la industria musical le interesa desnudar para vender. Por eso, creo que el hecho de que Adele no mueva el cucu en ropa interior y de que cuerpos como el suyo no se muestren de la misma manera que, por ejemplo, el de Jennifer López, es una muestra de sexismo igual de flagrante.

Pero volviendo al bombardeo de culos, pienso que debemos leer entre nalgas e intentar ver de una forma distinta lo que Foster entiende como un claro desequilibrio de poder. Aunque es cierto que no hay por dónde coger a “Booty” de JLo e Iggy Azalea, o que las apariciones de Miley Cyrus con las cachas al aire han sido, en general, más bien bochornosas, no podemos meter a todos los culos en el mismo saco. “Anaconda”, por ejemplo, ha sido uno de los videoclips que ha suscitado más polémica desde su lanzamiento. Si queríais caldo, Nicki Minaj os da dos tazas. 

Después de ver este vídeo, la pregunta que plantea Foster en el título de su artículo se nos queda algo corta: en “Anaconda” hay algo más que exhibicionismo y, desde luego, algo más que sexismo.

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La semana pasada, Blanca introducía la cuestión del sexismo y el empoderamiento femenino en el trabajo de Beyoncé y, aunque estoy de acuerdo con muchas de las cuestiones que plantea, quiero apuntar que el «neo-feminismo» de la cantante sigue basándose en un claro modelo heteronormativo que no deja de ser muy pero que muy moderado. A diferencia de Beyoncé, felizmente casada y con una hija, Minaj subvierte la norma en todos los sentidos, y en su trabajo parece celebrarlo: es inmigrante, negra, independiente y ha llegado a lo más alto de un género musical dominado por hombres. Y sí, enseña culo, mucho culo. Pero, aunque pueda parecer que Minaj está contribuyendo de manera directa a vigorizar los mitos y estereotipos de hiper-sexualización que tradicionalmente han rodeado a la mujer afrodescendiente, creo que la cantante rompe con todos los esquemas. Su mensaje va un paso más allá del “It’s his birthday give him what he asks for” de JLo e Iggy Azalea en “Booty”; en “Anaconda” la rapera es dueña de su cuerpo, es la que pone las reglas y la que controla el qué, el cómo y el cuándo. Minaj no pretende complacer a nadie más que a sí misma y reclama el derecho a mostrar su cuerpo y vivir su sexualidad libremente, sin vergüenza, sin príncipes azules y sin tener que edulcorar la situación.

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Teniendo en cuenta que el trasero ha sido uno de los  rasgos más explotados para cosificar y someter a la mujer racializada, “Anaconda” constituye un acto de empoderamiento. El culo de Nicki Minaj no es solo una estrategia de marketing, es también un elemento identitario y, a través de este, muestra al mundo que su cuerpo y su sexualidad le pertenecen. Así pues, su punto fuerte, y probablemente lo que incomoda más de la cantante, es precisamente que, aún meneando los glúteos en un diminuto tanga de color rosa, sigue estando en una posición de control.

En resumen, creo que reducir el boom de traseros a exhibicionismo o sexismo, no solo es quedarse con la parte más superficial de este fenómeno, sino que además implica recaer en los discursos dominantes que supuestamente intentamos vencer. Es decir, si entendemos la muestra del cuerpo, del placer, del deseo, y de la agentividad sexual femenina como pérdida de integridad, de respeto a una misma, y como una forma necesaria de cosificación, significa que seguimos estancados en el dualismo virgen-puta que ha estado estigmatizando la conducta sexual de la mujer hasta el momento. Definitivamente, no se trata de la cantidad de ropa lleven encima, sino de la forma en la que defienden y conciben su propio cuerpo.

Anna N.

BELLE KNOX: ¿PORNOGRAFÍA SUBVERSIVA O POSTUREO FEMINISTA?

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Hace un par de meses en YouTube, topé por casualidad con una entrevista a Belle Knox, una joven de 18 años, estudiante de derecho en la Duke University, que decidió recurrir a la pornografía para costearse los más de 60.000 $ anuales de matrícula universitaria. La noticia saltó a los medios rápidamente y planteó una serie de cuestiones que dieron lugar a debates relacionados tanto con las causas de la decisión de Knox, como con las desmesuradas reacciones y el acoso al que tuvo que hacer frente los meses posteriores a que un compañero de clase hiciese pública su profesión. ¿Son este tipo de empleos a los que están conduciendo los altos costes de las universidades estadounidenses? ¿Cómo es posible que una joven tan brillante recurra a la pornografía? ¿No podría haber elegido otro empleo más digno, más «honrado»? ¿En qué tipo de valores ha sido educada esta chica? Estas son algunas de las preguntas que se escucharon en los múltiples platós a los que Knox acudió cuando el gran escándalo tuvo lugar. Sin embargo, sorprende que las reacciones y el acoso sufrido por Knox se concibiesen en todos los casos como una consecuencia natural a la profesión de la joven. A pesar de que en dichas tertulias los abusos no sean justificados, en todas ellas son entendidos como algo a lo que Knox tenía que estar dispuesta a hacer frente cuando tomó la decisión de hacer películas porno. Esto, bajo mi punto de vista, no solo hace patente el discurso androcéntrico que rodea el cuerpo y la sexualidad de la mujer, sino que además implica responsabilizar a Knox de dichos abusos.

Vemos que, todavía a día de hoy, cuando parece que la libertad sexual está al orden del día, la pornografía continúa estando plagada de tabúes, estigmas y detracciones, que hacen que uno se cuestione la forma en la que la sexualidad femenina es percibida socialmente. Si nos centramos en la industria del sexo, nos encontramos con que el sector ha estado esencialmente dirigido a un público masculino y que, a pesar de la nueva pornografía emergente, es particularmente difícil encontrar material por y para mujeres. Del mismo modo, el porno no sólo ha establecido claros patrones de cómo se debe entender, percibir y practicar el sexo, sino que, además, ha contribuido directamente a la cosificación de la mujer, construyendo un imaginario colectivo en el que aparecemos como un objeto pasivo para el deseo y disfrute del sujeto activo masculino. Generalmente, las representaciones del rol femenino en la pornografia nos han despojado de agentividad y, por lo tanto, negado una sexualidad propia.

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Teniendo en cuenta la magnitud de la industria pornográfica y la gran cantidad de millones de dólares que mueve el sector, no es difícil imaginar que miles de jóvenes universitarias recurran al sexo como modo de financiación de sus carreras, enfrentándose a diario a abusos y a un rechazo social generalizado. De hecho, hace pocos meses, Alyssa Funke se suicidó pocos días después de que su primera película pornográfica saliese a la luz al no poder soportar el acoso de sus compañeros. Así pues, es evidente que Knox no es única en su especie. Sin embargo, creo que su caso es particularmente interesante ya que la joven supo aprovechar el boom mediático de su historia para defender su posición mediante un discurso claramente feminista. Knox cogió al toro por los cuernos y no calló; aprovechó el tirón mediático de su situación y dijo aquello que no estamos acostumbrados a oír y que muchos no querían escuchar, dejando claro que no es una víctima de las circunstancias, que entrar en la industria del sexo fue su propia decisión y que para ella la pornografía es una vía hacia la liberación.

Me sorprendió que una chica tan joven, sometida a tal presión social y mediática, supiera afrontar la situación de una manera tan valiente, con un mensaje tan claro y dejando en evidencia los estigmas y la misoginia que predominan en la sociedad actual. Si la pornografía ha sido tradicionalmente una herramienta para someter a la mujer, reduciéndola a un trozo de carne para el placer sexual masculino, Knox propone reapropiarse de la industria y utilizarla como un mecanismo de empoderamiento. La actriz plantea la pornografía como un espacio para reivindicar y visibilizar la agentividad sexual femenina, que permita liberar a la mujer de las conductas sexuales preestablecidas y cuestionar las convenciones de sexo, género y deseo desde el mismísimo lugar en el que se han construido tradicionalmente.

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De todos modos, aunque aplaudo y defiendo el discurso de Knox, y agradezco que una voz tan joven haya introducido en programas de máxima audiencia un tema tan controvertido como el papel de la mujer en el cine porno, tengo que reconocer que me llevé una gran decepción cuando me decidí a ver el tipo de material en el que participa. Quizás se deba a su inexperiencia o a la productora para la que trabaja, pero, pese a defender tan vehementemente la reapropiación del cuerpo y la sexualidad femenina ante los medios de comunicación, sus vídeos me parecieron más de lo mismo: mucho cuerpo escultural, tetas bien puestas, primeros planos de Knox muy abierta, escenas lésbicas clarísimamente dirigidas a un público masculino… En fin, no me pareció que con su material pornográfico Knox contribuyese a repensar las bases del sector o aportase ideas interesantes a la emergente pornografía alternativa, feminista o queer. Lo que está claro es que su discurso vendió bien, ha sido una buena estrategia de marketing para sus películas y, además, ha puesto sobre la mesa un tema que, a mi modo de ver, era necesario discutir y replantearse en la industria del cine porno; pero para la próxima… ¿QUÉ TAL SI PREDICAMOS CON EL EJEMPLO?

Anna N.